Ecología, Vida de hoy

Cuando el olor del desarrollo mata

La falta de planificación urbanística es muchas veces responsable de los conflictos entre poblaciones y emplazamientos industriales, pues con su pesada carga de olores desagradables despierta reacciones enérgicas, pues los afectados tienen conciencia medioambiental.

 

Roberto Hernández

 

Actividades como explotaciones ganaderas, operaciones industriales y vertederos no siempre conviven pacíficamente con las zonas residenciales, cuyos habitantes reclaman a gobiernos y a empresas ponerle coto a la contaminación odorífera.

La reacción humana a la fetidez está condicionada por factores como la salud del sujeto, su edad, sexo, personalidad, profesión y experiencias previas, pero queda claro que siempre atenta contra la calidad de vida.

En las personas ese tipo de fenómeno – con una presencia limitada en la bibliografía y los medios – provoca náuseas, vómitos, dolor de cabeza, estrés, depresión, trastornos de la alimentación, insomnio, problemas respiratorios y pérdida de sensibilidad por cansancio olfativo.

Por si fuera poco, el impacto también imposibilita disfrutar de sitios. El encierro casi forzado, además de ser una experiencia ingrata, se relaciona con mayores consumos energéticos por concepto de alumbrado y ventilación.

Daños significativos en negocios como la gastronomía y el turismo se suman a la devaluación inmobiliaria en lugares afectados por ese tipo de polución, causante de sonoras demandas cuyas pintorescas trazas quedan en blogs, periódicos y otros espacios de información.

Los animales no escapan de esos problemas, pues el enmascaramiento del aroma de las especies o de sus ecosistemas en general puede afectar funciones como la orientación, la defensa, la reproducción y la búsqueda de alimento.

Es conocido además el valor que tiene el sentido del olfato en su supervivencia por ser fundamental en las delimitaciones territoriales, el apareamiento, la detección de predadores, presas, alimentos contaminados y la identificación de rutas.

La Unión Europea y Japón avanzaron en el campo normativo, en contraste con la mayoría de los países que se enfrentan a vacíos técnicos y legales que les impiden emprendimientos más serios contra las fuentes de los olores molestos.

Para detectar las fuentes de contaminación se emplean principalmente procedimientos analíticos y sensoriales.

Entre los primeros se cuentan detectores electrónicos, cromatografía de gases, métodos colorimétricos y en los segundos descuella la olfatometría basada en paneles de expertos.

Mientras no se perfeccionen otros dispositivos como las narices electrónicas la olfatometría se presenta como el estándar en esas mediciones, que siguen como principio admitir niveles tan bajos como sea posible.

Dependientes de las sustancias y de la concentración territorial de las emisiones y hasta que no se eliminen los focos generadores, pueden aplicarse algunos paliativos contra esta amenaza al entorno.

Algunas soluciones han sido el uso de filtros vegetales como aislantes, tratamiento de los gases, dosificación de algunos productos odoríferos, así como el empleo de factores meteorológicos para optimizar los procesos en el manejo de contaminantes.

Dado los vacíos legales existentes en el mundo, tales complicaciones estarán en el top ten (los 10 primeros) de problemas en los próximos 40 años. Para empeorar más el asunto la relación entre olor y molestia percibida es difícil de concretar, ya que en ella confluyen con los factores físicos y químicos más objetivos otros subjetivos más difíciles de evaluar.

Más allá de algunos consensos existentes,  ¿quién definirá el signo de los olores? (PL)

(Fotos: Pixabay)

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