En Foco, Opinión

Miguel Hernández, prisión y poesía

Qué hice para soportar en mi vida tanta cárcel. Fue en 1961, en la biblioteca del poeta Darío Samper, que conocí a Miguel Hernández.

 

Armando Orozco Tovar

 

El poeta español, estaba sentado con su traje de pana, cabeza rapada, y obras completas de poesía y teatro en el estante de los libros, donde Darío lo había puesto, junto con los grandes de la lengua española: Garcilaso, Lope, Góngora, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Vallejo, Huidobro y Pablo Neruda.

Fue entonces cuando el abogado y poeta de Guateque (Boyacá) me dijo: -“Toma y lee a este poeta que sé te va a gustar.” Y generoso me entregó el libro del poeta de Orihuela, nacido en 1910. El que un día del cuarenta y dos a los 32 años, no soportó más la cárcel, la tisis, la soledad y la ausencia de Josefina su mujer y de su hijo, y mientras dormía se marchó, dejando escrito en la pared  de la celda:

“Adiós hermanos, camaradas y amigos, despedidme del sol y de los trigos”

A este lírico esencial del siglo veinte jamás hasta hoy lo he dejado de leer, desde el día en que Darío me lo presentó. Tampoco de escuchar sus poemas musicalizados Joan Manuel Serrat. Creo que no había muerto Pacho Franco, el dictador español, de quien escribiera Pablo Neruda: “Maldito, que solo lo humano te persiga…”

Cuando con todo su fuerza el poeta catalán trajo a Miguel a la vida, al juglar que se había inspirado en su adolescencia en los clásicos españoles del siglo 17, los cuales descubrió en la biblioteca de la casa cural de su pueblo, gracias a su amigo Ramón Sijé, y que su cara se asemejaba, dice Adolfo Salazar uno de sus biógrafos, a: “Una patata recién sacada de la tierra”.

Miguel Hernández se formó como autodidacta, y también fue pastor del rebaño de cabras de su padre, quien un día cuenta Elvio Romero, lo golpeó tan fuerte en la cabeza, que nunca el poeta se recuperó de esta agresión, padeciendo fuertes dolores. Anécdota que en La Habana, me llevó escribir el poema “Orihuela” que dedico a Miguel Hernández:

Hoy he cargado a Miguel en mi cabeza, / Que está por reventar, / Como en otro tiempo camino de Orihuela. (…)

Salazar cuenta también, que el poeta pastor era: “Nervioso, alegre y explosivo, inmerso en sus nostalgias y silencios… Así fue como un día sin un peso en los bolsillos llegó a Madrid.” Y el primer encuentro en la capital española, que tuvo fue con Federico García Lorca, autor del «Romancero gitano», quien leyó su: “Perito en luna” (1933) que es considerado “opera prima” de Miguel Hernández.

Un libro de quien dijera el poeta andaluz, al saber que no había recibido ningún comentario: “No se merece un silencio estúpido, no. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos. Eso lo tienes y lo tendrás, porque tienes la sangre de poeta y porque tienes la ternura de tu luminoso y atormentado corazón.”

En julio del 36 llegó la guerra  a España, y las fuerzas de izquierda se organizaron para defender la República, democráticamente constituida. Miguel se convierte de inmediato en soldado de la Republica, que era asaltada por Franco, desde sus cuarteles africanos con el apoyo del fascismo internacional. El poeta deja de ser un “pastor de abismos” para convertirse en verbo militante, al ponerse el uniforme de miliciano del Quinto Regimiento, destacamento organizado por el Partido Comunista Español, en el patio de un convento el, inmediatamente después de estallar la Guerra Civil. El periodista y escritor cubano Pablo de la Torriente Brau  lo designa Jefe del Departamento de Cultura, y el poeta escribe:

“Sentado sobre los muertos/que se han callado en dos meses,/beso zapatos vacios/ y empuño rabiosamente/ la mano del corazón/y el alma que lo mantiene./”

Antes de la guerra sería Juan ramón Jiménez, el primero en publicarlo en su Revista de Occidente, su “Elegía a Ramón Sijé”, insuperable poema elegiaco y seis poemas más de su libro: “El rayo que no cesa.”  Pablo Neruda, diplomático chileno en España,  asombrado por las condiciones de pobreza en que estaba el poeta, dirá en sus memorias:

“Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela en donde había sido pastor de cabras. Yo publiqué sus versos en mi revista Caballo Verde y me entusiasmaba el destello y el brío de su abundante poesía… y como el poeta estaba sin empleo y pasaba hambre le propuse, Miguel al fin tienes un destino. El vizconde coloca. Serás un alto empleado. Dime qué trabajo deseas ejecutar para que decreten tu nombramiento. Miguel se quedó pensativo, su cara de grandes arrugas prematuras se cubrió con un velo de cavilaciones y me contestó.”: “¿No podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por ahí cerca de Madrid?”

(Fotos: Pixabay)

 

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