Cinema, Cultura

Diego Quemada-Díez: «El final feliz es una manipulación»

El viaje de tres adolescentes a lomos de ‘la Bestia’, el tren que los conduce hasta el tan anhelado futuro en Estados Unidos, está lleno de riesgos y va rompiendo metro a metro su inocencia, esperanza y grandes sueños. 

 

Noelia Ceballos Terrén

 

Desde sus primeros pasos tras una cámara, hace ya 20 años, el cineasta español afincado en la Ciudad de México ha trabajado con grandes nombres del séptimo arte contemporáneo.

Destaca la influencia que sobre él ha tenido el británico Ken Loach.

Es ese cine realista, crítico y comprometido el que le ha inspirado a llevar a la gran pantalla la odisea que millones de migrantes viven cada día para cruzar la frontera estadounidense. La Jaula de Oro es su primer largometraje. Sus tres protagonistas, Juan, Sara y Chauk, reúnen las más de 600 historias que el director lleva una década escuchando en sus viajes a lo largo de la ruta migratoria del Pacífico, de la frontera y de los centros de deportación estadounidenses.

En una época en la que ayudar a un inmigrante es delito y el hecho de cruzar una frontera te convierte en criminal, Diego Quemada-Díez llega con una cinta sobre «héroes» que se enfrentan a los peores peligros (secuestros de los cárteles de la droga, abusos de la policía migratoria, violaciones de mujeres y accidentes de tren). Con que un espectador cambie su visión sobre los inmigrantes y los vea como humanos, la misión de este cineasta estará cumplida.

¿Cómo llega a concentrar todas las historias de estos migrantes en tres personajes?

Los 600 testimonios de mexicanos y centroamericanos están concentrados en cuatro niños. Yo había hecho un corto antes, I want to be a pilot, donde concentré 50 testimonios de niños en uno. De ahí saqué la idea de este método. Contar historias que fueran como un testimonio colectivo.

¿Qué tienen de especial los niños?

Pensé en contar la historia a través de los niños porque normalmente la gente desprecia a los inmigrantes. A través de los niños podía ayudar a derribar esas barreras y a generar un sentimiento de empatía, y que un estadounidense pueda sentir y decirse «Yo haría ese viaje si estuviera en su situación».

¿Saben esos migrantes lo que les espera en Estados Unidos?

Muchos habían sido deportados, otros habían intentado entrar muchas veces. De cuatro o cinco a veinte veces, y nunca lo habían conseguido. Su fijación era conseguir dinero para ayudar a sus familias.

Pero también muchos me dijeron «Si yo hubiera sabido lo que me iba a encontrar tanto en México como en Estados Unidos no hubiera hecho el viaje, o lo hubiera hecho de otra manera». Me dijeron «cuenta esta historia para que otros conozcan esta situación».

Además de la función de entretenimiento, esta película tiene una función para que la gente en el norte perciba a los inmigrantes de otra manera, que son seres humanos. Y para los migrantes, mostrarles lo que se van a encontrar. Yo no les estoy diciendo que no hagan el viaje.

¿Qué seguía empujando a los que llevaban tantas veces intentando cruzar la frontera?

La mayoría habla de las extorsiones en sus países, de la violencia. Dicen «Para que me maten allá, prefiero morir intentándolo». Lo que ganas en Guatemala o en México se multiplica por 10 en Estados Unidos. Pero lo que no saben es que todo allí cuesta más. A algunas personas les va bien, pero el precio es la soledad, estar fuera de tu cultura, en una sociedad donde el racismo es muy fuerte.

¿Hay culpables en esta historia?

Estados Unidos y Europa han creado las circunstancias que han provocado que la gente emigre, y se enfocan es en la criminalización de los migrantes y en la militarización de las fronteras.

Este es un problema post-colonial, económico y político. También son culpables las oligarquías de los países que expulsan tanta mano de obra.

Ante la pasividad de las autoridades tanto expulsoras como receptoras, los migrantes son los que están haciendo algo para solucionar esa situación de desigualdad tanto entre norte y sur como interna. Saltan los muros y lo que haga falta para ayudar a sus familias.

Pero hay un problema estructural. Mientras que se han abierto las fronteras a las transnacionales, se han cerrado a las personas. Los emigrantes hablaban mucho de la culpa de los tratados de libre comercio y de la corrupción.

Estados Unidos es muy hipócrita. Ha desestabilizado y destruido las economías de estos países, y ahora hay una situación de violencia y de falta de oportunidades brutal.

Particularmente siguen expulsando a los pandilleros más peligrosos de las cárceles norteamericanas a El Salvador, Honduras, Guatemala y México, y se hacen los reyes.

Uno de los mayores obstáculos que muestra en su película es el del secuestro de migrantes por los narcotraficantes.

Estados Unidos envía armas que están desangrando al país, y luego es el que compra todas las drogas. Hay una escena en la película cuando cruzan la frontera en la que son todo niños los que llevan las mochilas. La mayoría de los cárteles los utilizan para transporte de drogas porque si los agarran, los sueltan rápido. Por eso los protagonistas entran gratis. Pero cuanto más se enfoca Estados Unidos en la militarización de la frontera, el precio por cruzar aumenta. Ahora casi está en $10.000. De este modo el migrante es cada vez más vulnerable porque está dispuesto a lo que sea, hasta trabajar de sicarios.

Por el final que reserva a sus protagonistas, no parece que haya lugar para la esperanza.

El final feliz es una manipulación que te hace sentir que todo está bien. Con un final fuerte y dramático estás diciendo que hay que hacer algo, además de estimular el sentido crítico. Pero no es que yo crea que no hay esperanza, todo lo contrario. Antes de transformar las cosas hay que verlas. Cuánta gente ha visto la Jaula de Oro y ya no ve igual a un migrante.

Tiene un efecto humanizador. Pero un final feliz habría traicionado todos los testimonios de los migrantes que siguen sufriendo.

¿Qué historias le han quedado por contar?

He tratado de tomar lo mejor del documental y de la ficción.

Hay muchas historias que no están ahí, pero de alguna manera están, porque es una oda a los migrantes.

Había una gran cantidad de historias de mujeres fuertísimas que me hubiera encantado contar. Me acuerdo de los migrantes indocumentados cuando veían la película en Nueva York, lloraban y les hacía ilusión ser protagonistas.

¿A qué peligros se enfrentan las mujeres en este viaje?

La mayoría tienen que acostarse con muchísimos hombres. Me contaron muchos casos de agentes de inmigración que les dicen «Si tienes relaciones con todos nosotros te soltamos». El sexo se convierte en su pasaporte. De hecho la protagonista oculta su identidad femenina para sobrevivir. Qué fuerte que tantas mujeres se digan «Como sé que me van a violar, voy a tomar la pastilla».

¿Cree en el poder del cine para cambiar las cosas?

Sí claro. Este cine viene del neorrealismo italiano, del «free cinema» inglés, de Ken Loach. Como decía Tomás Gutiérrez Alea, el cine puede tener una función más allá del espectáculo. Entretener es importante, pero además puede transformar e inspirar al espectador. Venimos de un cine que parte de la realidad contemporánea para unirnos. Esta película crea un sentimiento de unión. Las personas que la ven, sienten por Juan, por Chauk y por Sara.

¿Es el antagonismo entre Juan y Chauk una crítica al racismo en las sociedades latinoamericanas?

Sí. Quería hablar del tema migratorio a través del choque entre dos culturas. La cultura occidental con Juan, el mestizo que cree en el modelo americano, y la cosmogonía indígena con Chauk. Y a través de este choque, provocar un hermanamiento.

Es un comentario sobre el racismo no solo de los estadounidenses, sino también entre mexicanos y centroamericanos. Y dentro de los mexicanos, entre los indígenas y los mestizos. Es un desmadre. Pero lo bonito de la película es cómo se van hermanando y al final Juan da la vida por su amigo.

(Fotos: Pixabay)

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