En Foco, Opinión

Experiencia y prejuicios

Una colega me contaba ahora cómo le cuesta hablar con naturalidad con su tutor en la universidad, quien es un académico famoso en el mundo de la sociología. Me dejó pensando en que la posición en ‘las jerarquías’ sociales no son la única forma de relacionarnos con las demás personas.

 

Mabel Encinas

 

En contraste, hace varios meses observé a un colega mío interactuar con el director del instituto en que trabajábamos. Estábamos los tres de pie, comiendo bocadillos y bebiendo vino, después de una conferencia magistral en un congreso.

Los dos hombres charlaban de manera fluida pasando por varios temas: de la calidad de la comida, a la noticia internacional más importante en ese momento; de sus opiniones sobre el gobierno de la coalición (las cuales diferían), al último partido de fútbol en que los dos compartían su afición por el mismo equipo. Yo guardaba silencio, y observaba.

Para mí resultaba particularmente interesante la calma con que mi colega se relacionaba con el jerarca de la institución.

Varias personas se acercaron durante su conversación y en general sus acercamientos eran breves y en algunos casos, hasta un tanto torpes. Mi silencio denotaba la timidez, y el miedo que tan fácilmente observaba en otros.

He visto también cómo una mujer joven de origen europeo llama al hombre maduro, afrocaribeño, que junta la basura en la estación del metro para aventar un papel en la bolsa.

He observado cómo un anciano del sur de Asia con un libro bajo el brazo le da instrucciones a un joven con acento chino de cómo llegar al Museo Británico.

Dicen con razón las feministas que lo personal es político, y en esas interacciones se establecen relaciones de poder que tienen que ver con historias personales, nacidas de las vivencias, y simultáneamente con historias sociales. Las conversaciones entre los seres humanos no son sólo aislados intercambios de palabras.

El contenido y la forma en que se desarrolla una conversación están determinados por quién le dice qué a quién, cómo, cuándo, dónde y para qué. De allí que la manera de interactuar con otros presupone cómo nos vemos en relación con la persona con la que hablamos.

Ciertamente el contexto no es algo arbitrario.

Todo contexto tiene una historia atravesada por las experiencias y las historias personales, que son parte de las relaciones sociales.

En ambas historias se definen diferencias de género, etnicidad, clase social, preferencia sexual, condición migratoria, capacidad o habilidad, y toda una serie de diferenciaciones que conforman lo que asumimos como nuestras identidades. Quizá valdría la pena reflexionar acerca de nuestras interacciones cotidianas. Damos por sentado cómo nos relacionamos con otros como si no pudiéramos cambiarlo. Cambiar en sentido más amplio requiere de acciones colectivas, trabajo conjunto, y colaboración.

Pero, ¿y si revisamos cómo nos relacionamos con otros en la vida cotidiana? Si esta persona con quien hablo fuera de mi pueblo, si hubiera asistido a la primaria donde yo estudié, si estuviera vestida como yo, ¿le hablaría como le estoy hablando?

¿Me puedo dirigir a esta persona de otra manera? Hay pequeñas cosas que podemos cambiar en la vida cotidiana.

Después de todo, podemos aprender y es por eso que tanto las historias sociales, como las personales, tienen futuro.

(Fotos: Pixabay)

 

 

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